martes, 14 de diciembre de 2010

"LA BIBLIA DE LOS MECHEROS", ARTÍCULO

El día 10 de diciembre, Fernández Mallo publicó este artículo "postpoético" (en
http://www.clubcultura.com/diariode/1753/agustinfernandezmallo.html), que probablemente incluirá en su próximo libro (¿se publicará en febrero?)


En Guadalajara, Mexico, ocurrió una cosa muy rara.

Un grupo de 15 autores y editores fuimos a cenar a un restaurante llamado Cocina 88, a 3 km de la Feria, y antes del postre, algunos salimos a fumar un cigarrillo a la terraza cubierta, medio ganada por vegetación; nos sentamos en unos bancos. La casa que alberga al restaurante era la típica que cualquier indocumentado como yo diría que es "colonial", o que en su día perteneció a algún vicecónsul de aquellos de las novelas de Margerite Duras. Aún no habíamos terminado el cigarrillo cuando salió a fumar un grupo de escritores y editoras, de otra mesa, también españoles y de una misma editorial, a los que habíamos encontrado en el restaurante por casualidad. Nos saludamos a distancia. Al cabo de unos segundos, una dijo, "Agustín, ¿tienes fuego?", a lo que contesté, "sí", y ella se acercó y se llevó el mechero para darse fuego a sí misma, así como al resto de su grupo. El mechero es un BIC, azul oscuro, lo compré hace meses en una gasolinera de algún lugar de Missouri, es un mechero muy gañán que, en uno de los lomos tiene escrito, USA, y el interior de esas letras está dibujado con la bandera de USA, redundancia que ya de por sí es de las buenas. El otro lomo tiene una pegatina tan grande como el mechero, llena de advertencias escritas en letra muy pequeña, un libro de advertencias e instrucciones de uso del mechero, casi La vida, instrucciones de uso, de Perec, en versión microrrelato: advertencias insólitas, tipo, "no debe acercar el mechero a una fuente de gas", "no debe tirar este mechero a una hoguera", "este mechero no es comestible", cosas así. Esa pegatina, blanca, oscurecida ya por el manoseo, constituye una preciosa y auténtica Biblia de Las Advertencias de Mecheros, y me  siento muy contento poder tenerla entre mis manos; a veces la leo y siento que todo el conocimiento que uno puede tener acerca de mecheros lo llevo yo, en el bolsillo; es un sentimiento que tiene que ver con lo enciclopédico. He recorrido todos los estancos y tiendas que venden mecheros, he buscado más Biblias de Advertencias de Mecheros, he investigado en profundidad ese asunto, incluso he tecleado en Google, y puedo decir que la Biblia más completa, la más competente, la que más advierte, es la de mi mechero, no hay mechero con un texto más completo que el mío, escrito con varias tipografías, de la Arial a la Courier, pasando por una letra a mano, como artesanal, y además está el detalle del código de barras que, casualmente, tiene una composición numérica que empieza por, 3, 14, 16,…, dígitos iniciales del Número Irracional por antonomasia: Pi.

Missouri, 3am y casi sin combustible, recuerdo ahora el hallazgo de aquella gasolinera en una carretera secundaria. Llenamos el tanque del coche, compré el mechero y, de paso, saltándonos todas las advertencias de la Biblia de Las Advertencias de Mecheros, fumamos un cigarrillo en la pequeña caseta del hombre que estaba al cargo de la gasolinera en turno de noche, con quien decidimos tomar también un riquísimo café de máquina; medio dólar. Mientras el tipo hablaba, aparté un poco la cortina; el coche junto al surtidor, más allá de la carretera una planicie dorada que en la noche era mostaza, y al fondo una cordillera; me pareció que estaba amaneciendo. Hablamos un rato con aquel tipo, curioseamos diversas chucherías y objetos que vendía, entre ellos el mechero al que me vengo refiriendo; el hombre no debía de tener más de 40 años y, desde una boca sin dientes, nos contó que era de la zona, que tenía 2 hijas, y que vivía en una casa un poco alejada del pueblo, [pensé en La Casa de La Pradera; lógicamente, esa tontería me la guardé]. Nos invitó además a una especie de pasteles chocolateados, y nos ofreció una cama por si necesitábamos descansar antes de que amaneciera. Fue entonces cuando le dije, "ya amanece, mira por la ventana", y él apartó la cortina, y observó unos segundos antes de decir,

-Eso no es el amanecer; eso es fuego.

Nos acercamos, miramos en silencio cómo el resplandor ganaba por minutos el horizonte. Naturalmente, pensé en Manderley, cuando al final de Rebecca la mansión se quema, pensé en la Torre Windsor, pensé en una plataforma petrolífera de la Shell incendiada hacía un par de años en el Golfo de México, y tenía en mi mano derecha todas las advertencias contra el fuego. Nunca me había ocurrido eso: en una mano la Biblia de Las Advertencias Contra el Fuego, y reflejado en los ojos un incendio. Manoseé el mechero y, como los ciegos, con la intensidad del momento pude leer al tacto las Advertencias, y también el código barras, con su número Pi, el Irracional por antonomasia. Advertencias e Irracionalidad contenidas en mi mano, que no sólo me llenaron de alegría, sino que me hicieron sentir lo sublime, por primera vez entendí a qué se referían los románticos cuando hablaban de lo sublime, era algo que había leído mil veces en multitud de textos de estética, pero nunca lo había entendido, y mucho menos sentido; me di cuenta de que, en realidad, hasta entonces no tenía ni idea de a qué se referían los románticos cuando hablaban de lo sublime; ahora sé que a Irracionalidad y a Advertencias, juntas. Desde aquella noche, conservaba el mechero y su pegatina como un tesoro enciclopédico, un Aleph, me encantaba mirar el mechero porque los objetos, como el fuego, han sido hechos no para ser usados sino para mirarlos, la mirada es su uso, el uso más noble y evolucionado que se le pueda dar a un objeto.

El camarero llegó con el postre, así que, con intención de regresar a la mesa, apagamos los cigarrillos, momento en el que aproveché para acercarme al extremo contrario de la terraza y pedirle al otro grupo el mechero que minutos antes les había prestado. Una mujer me lo tendió con sonrisa de gratitud. No tuve que mirarlo para comprobar lo que me sugería el tacto: alguien había arrancado la pegatina. Por no poner a nadie en un apuro, no dije nada, regresé a mi mesa. El postre estaba buenísimo, pero me sentía muy triste; para qué demonios alguien que no soy yo querrá esa pegatina, me dije, para qué querrá alguien la Biblia De Las Advertencias De Mecheros Con El Número Pi, si ni siquiera las entiende. O será quizá como esos que van al campo y mientras caminan no pueden evitar pegar patadas a arbustos y pisar insectos. No es que hagan nada malo, porque nada importan en el Universo unos cuantos arbustos y un centenar de insectos, pero me pregunté para qué esa depredación inútil; en este caso, depredación de Biblias de Advertencias de Mecheros Con El Número Pi. Voy a suponer que quien despegó la Biblia, tras leerla, la ha guardado, y puede que plastificado a fin de conservar toda la historia que contiene, la historia de una experiencia sublime, o mejor dicho: el propio concepto de lo sublime. Lo que no impide que me sienta muy triste.


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